No basta con videos cortos ni redes sociales con escasas o nulas palabras. Sean microvideos o shorts -como los denomina YouTube- los formatos de contenido breve son parte de la narrativa actual. Sin embargo, al parecer, aún no son lo suficientemente rápidos para satisfacer nuestra prisa o ansiedad. “Veo todos los streamings con velocidad x2”, me dice un chico de apenas 20 años. Le pregunto el motivo y me responde que de esa manera puede ver hasta cinco programas por día. Apurado, y ya interpelado por la hiperproductividad, este joven no dice que lo hace por falta de tiempo, sino que necesita consumir más. Además presume que le gusta ver streamings argentinos de todos los signos políticos, porque de esa forma también puede entender mejor qué pasa en los estratos del poder, que por ahora sigue seduciendo a esta franja etaria siempre cambiante.

Se denomina speedwatching a esta tendencia de ver contenido a mayor velocidad que la normal. Surge a partir de las opciones disponibles en plataformas de video, audio y hasta de mensajería que habilitan consumir 1,5 o 2 veces más rápido. Esta opción, cada vez más utilizada, no es tan inocua como se cree. Según un estudio publicado en abril de este año liderado por Marcus Pearce, experto en ciencia cognitiva de la Queen Mary University de Londres, existe evidencia que confirma que aumentar la velocidad de los contenidos, lejos de volvernos productivos, afectan principalmente las capacidades de la memoria. Según el artículo “Aumentar la velocidad de reproducción de videos educativos puede perjudicar el rendimiento en los exámenes”, existe un proceso de tres etapas que se activa en nuestro cerebro cuando escuchamos a alguien hablar: codificación, almacenamiento y recuperación.

¿Ver más en menos tiempo? El impacto de acelerar videos en el aprendizaje y la memoria

La codificación es crucial porque el cerebro necesita tiempo para procesar y entender cada palabra. La información entrante se guarda temporalmente en la memoria de trabajo, un sistema que permite transformar, combinar y manipular los datos antes de transferirlos a la memoria a largo plazo. Sin embargo, nuestra memoria de trabajo tiene una capacidad limitada; si recibe demasiada información muy rápido, se puede desbordar, causando una sobrecarga cognitiva y la pérdida de información. A partir de esta premisa, los científicos analizaron 24 estudios sobre el aprendizaje a partir de videos de conferencias para entender cómo la velocidad de reproducción afecta la retención. En estos estudios, los participantes se dividían en grupos: uno veía la videoconferencia a velocidad normal (1x) y los otros la veían a velocidades mayores (1,25x, 1,5x, 2x y 2,5x). Los resultados mostraron una clara relación: aumentar la velocidad de reproducción tenía efectos cada vez más negativos en el rendimiento de la prueba. El metaanálisis reveló que, si bien a velocidades de hasta 1,5x el impacto negativo era muy pequeño, a partir de 2x el efecto negativo se volvía de moderado a grande.

Otro estudio anterior, orientado desde la perspectiva del consumo audiovisual, aporta una reflexión más auspiciosa pero no por ello menos crítica. En “Mirar rápido, eficiencia y las nuevas temporalidades del espectador digital”, Neta Alexander - docente de la Universidad de Yale- sostiene que speedwatching introduce múltiples paradojas. Si bien se promociona como una técnica para “ahorrar tiempo”, irónicamente requiere práctica, entrenamiento y atención concentrada, similar a la “lectura rápida”. La especialista asegura que a diferencia del avance rápido analógico, que resultaba en imágenes borrosas y pérdida de sincronización de audio, las técnicas de compresión digital permiten que el diálogo y la banda sonora se entiendan fácilmente, incluso a doble velocidad, creando la “ilusión de que nada se perdió”. Esto genera una experiencia epistemológica única, ya que, a diferencia de saltarse segmentos, el observador no percibe lo que se ha omitido. Además, el speedwatching es paradójicamente tanto una distracción como una forma única de concentración, invitando al espectador a una experiencia más enfocada e inmersiva que la visualización a velocidad normal.

Dominar el tiempo

Alexander tiene una mirada también histórica y sostiene que las motivaciones detrás del speedwatching se enraízan en una lógica neoliberal de productividad. Se percibe como un medio para “dominar el tiempo” y “hackear el sistema”, transformando la película en información o datos “listos para ser consumidos”, en lugar de una fuente de placer pasivo.

Este modo de espectador es la antítesis del flâneur de Benjamin, ya que la maestría del tiempo se practica en la privacidad, lejos de la mirada pública. La atracción del speedwatching reside entonces en la eliminación del espectáculo y de la gran pantalla, enfocándose en las pantallas personales y la eficiencia informativa. En el fondo, es un intento de “hackear” la narrativa cinematográfica, donde el espectador muta a una especie de editor, eligiendo qué es “señal” y qué es “ruido”, incluso utilizando las estrellas de cine como “semáforos” para decidir cuándo reducir o aumentar la velocidad.

Cómo liberar memoria en el celular sin borrar fotos ni videos

La evidencia nos dice que quizás sea más conveniente ser menos productivos y volver a las velocidades “normales”. Escuchar y ver más lento para recordar mejor. Y este giro hasta puede ser un acto de rebeldía en tiempos de “temporalidad digital fragmentada” cuya máxima es maximizar el consumo para no volverse irrelevante o ineficaz. Y seamos sinceros: no nos apuran tantas cosas. Creer que no tenemos tiempo no sólo es un signo de época sino también un símbolo de status. Renunciar a esas pretensiones tiene grandes satisfacciones que comienzan seguramente por volver, nada más y nada menos, a disfrutar de lo que vemos y leemos.